Sanar a tavés de la Música y la pintura

El segundo punto se refiere al abandono o negligencia.

En este caso nos encontramos con personas que han descubierto el espacio infinito del mundo sutil del espíritu, campo de operaciones del amor, de la oración, del arte y sus derivados.

Ellos saben que es posible desarrollar las potencialidades del ser humano a niveles superiores. Sin embargo quedan atrapados en la red de conveniencias, los circuitos amistosos, económicos o religiosos.

Por lo tanto su conocimiento no entra en un área compartida. Es sectario, reducido, selectivo, marginal y hasta soberbio.

Desde este lugar tendrán pocas posibilidades de descubrir las vertientes secretas de su esencia y pueden quedar atrapados en las trampas de adoración del mercado.

Aquí entra la música con su lenguaje universal. Aquí la danza hace la disolución de las barreras individuales integrando a todos en el todo de la energía circulante. Aquí la verdadera poesía dice de los rincones del alma.

Las vibraciones del sonido afectan al cuerpo y la psiquis sin determinar a priori culturas, razas ni estado bancario.

La pintura desde la frecuencia de los colores dice el lenguaje de la alegría, del llanto y de la esperanza cuando sale de la forma perdiéndose en el mar de la emoción.

El barro, tierra y agua, amalgama del primer hombre sobre la tierra, se convierte en cántaro, en vasija entre las manos del artesano.

Cada expresión de la creatividad recuerda que fuimos creados. El ADN original trae implícito ese poder. Las culturas ancestrales de Asia Central, también Sudamérica dejaron huellas de estos conocimientos.

Es posible aún hoy vivir experiencias místicas con las danzas de la cultura aymará y quechua o, con danzas de trance de los chamanes Kan de las montañas Altay de Asia Central, quienes en el trance del círculo encuentran el camino de la intuición.