FAMILIA Y ESCUELA: ESPACIOS PRIVILEGIADOS PARA EL APRENDIZAJE

Ximena Santa Cruz Bolívar

La Cultura Patriarcal y la "Inocencia" de Tom y Jerry

El macro-sistema cultural se encarga de mantener y reproducir de generación en generación este estilo de relaciones y valores. Es por esto que la cultura patriarcal lleva miles de años instalada como "LA VERDAD", única e incuestionable sobre cómo se deben relacionar los seres humanos (Maturana, 1990).

La cultura patriarcal posee un enorme poder de plasmar sus creencias a través de la legalidad y los medios de comunicación social.

Veamos por ejemplo los héroes televisivos cuyo valor está en la eliminación o negación de los otros, usando la fuerza para derrotar a los malvados, o los aparentemente inofensivos dibujos animados que se caracterizan por burlar o dañar al otro, el que a su vez devuelve con creces la agresión. Esto es preocupante ya que los niños están expuestos a estos modelos de relación. Si bien no se ha podido demostrar que exista un aprendizaje "vicario" (por imitación de modelos), lo que sí influye en su conducta es que cada vez les resulta más natural aceptar que el agredir o negar al otro es una forma válida para resolver un desacuerdo, y aplican estos principios en sus juegos y en las relaciones con sus pares.

En el contexto de la educación tradicional, tanto profesores como alumnos aceptan y conviven en un contexto de valores competitivos y negadores, en los cuales la ridiculización, la ironía y la despersonalización (los niños dejan de tener nombre y son identificados por su apellido) son parte del estilo "escolar" de relación. La amenaza de ser víctima de la burla y la capacidad de resistir los abusos obliga a los niños a desarrollar mecanismos de defensa. Es así como se desarrollan las llamadas "formaciones reactivas", o "corazas caracterológicas" -como las denominaba Wilcheim Reich- que son las actuaciones o personajes sociales con las que los niños se van disfrazando y protegen sus sentimientos más íntimos, evitando contactarse profundamente con lo que sienten y mostrarse con sus auténticas debilidades ante sus pares. Esto es frecuente entre los 8 y los 16 años, etapa en que se estructura la personalidad que dará origen a la identidad adulta.