ARTURO: EL REY OSO

Raúl Encina T

Efectivamente, la raíz del nombre Arturo es "arktos", partícula céltica "art", que significa oso. Este es un aspecto enormemente significativo en las antiguas tradiciones y especialmente en la celta. Así tenemos que entre los antiguos celtas el oso era el animal símbolo de las castas guerreras. De allí que el surgimiento de Arturo constituyó el nacimiento de un nuevo ciclo que sucedía al de las castas sacerdotales (animal símbolo jabalí) y que se unen tradicional y armónicamente en la conjugación Merlín – Arturo. La palabra "ártico", por cierto, posee la misma raíz.

Estos elementos van a entrar en una especial coalescencia con los relatos de otras ancestrales culturas. Por ejemplo, en la enigmática China se cuenta que el gran héroe Yu, habiendo nacido directamente del cuerpo de su padre Kun (quien se había transformado en un oso pardo) tenía la capacidad de ejecutar una espectacular danza transformado él mismo en un oso, por medio de la cual podía viajar hasta las estrellas (configuración de la "Fanega del Norte" u Osa Mayor, la misma a la cual los galos llamaban "el carro de Arturo"). Mil años después, los shamanes de la dinastía Chou seguían ejecutando el famoso "paso del Oso " que vinculaba a la tierra con el cielo. Por otra parte, entre los pueblos cherokee y los creek se desarrolló la creencia que los Osos eran hermanos de un "octavo clan" los que se habían sacrificado para permitir la supervivencia de toda la comunidad en tiempos remotos. Por su parte la diosa griega Artemisa, está ligada etimológicamente al oso, incluso existía un antiguo ritual femenino de consagración a esta deidad que conectaba a las vírgenes en la etapa prenupcial con este animal, por ello se las llamaba "arktai", es decir, "las osas". Entre los pueblos nórdicos, además, el dios Odin (Wotan) era representado también como un oso, el que en oportunidades aparece además acompañado por un lobo. Recordemos asimismo que el lobo es, en la tradición artúrica, el fiel compañero del druida Merlín.

Notas: EL REY ARTURO Y EL ESPÍRITU DEL GRIAL