EL CONDE DE SAINT-GERMAIN (1710?- 1784?)

Famoso hermetista, mago y posible alquimista del Siglo de la Ilustración. Los datos biográficos de este enigmático personaje son sumamente imprecisos, contradictorios y, en todo caso, dudosos. En el año 1777, el embajador de Federico II en la corte de Dresden, hacía llegar a su señor un escrito en el que afirmaba que el llamado conde de Saint-Germain había nacido siendo príncipe Rackocy, e informaba al rey de que el citado conde había tenido dos hermanos tan frívolos y triviales que no se había interesado por ellos en absoluto. Tales hermanos habían tomado respectivamente los títulos de conde de San Carlos y conde de Santa Elisabeth, por lo que él había decidido autonombrarse conde de Sanctus-Hermanus. Esta afirmación, sin embargo, no representa prueba alguna ya que el enigmático conde cambiaba de personalidad cuando le parecía oportuno.

Otro famoso diplomático de la época dice que le había conocido bajo el nombre de marqués de Montferrat, si bien ese título no le pertenecía en absoluto, pues lo llevaba un hijo de la viuda del rey Carlos II de España.

Lo que resulta evidente es que a Saint-Germain no le gustaba hablar de sus orígenes, jamás se supo quién era en realidad, ni tampoco de su edad o procedencia. Nadie de cuantos le conocieron llegó a saber jamás si era español, italiano o alemán. En cierta ocasión, la hermana del rey de Prusia, Federico II, le preguntó de qué país era originario. El conde le dio entonces una respuesta aparentemente precisa, pero que podía entenderse de varias maneras. «Soy, señora -dijo- de un país que nunca ha tenido soberanos de origen extranjero».

De ser cierta la respuesta, Saint-Germain sería natural de Alemania, ya que en ese país la familia real que reinaba en Baviera y el Palatinado jamás había tenido en su linaje monarcas de origen extranjero. Tampoco se pudo nunca saber su edad, siquiera fuera con un poco de aproximación. Los que le conocieron decían que los años pasaban y él siempre mantenía el mismo aspecto, sin que se apreciara en su rostro el menor signo de vejez. Por lo demás, él gustaba de confundir a los curiosos, haciéndoles creer que era un ser semi eterno.

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