El final de Raimundo Lulio

Indice de Raimundo Lulio

La azarosa vida de Lulio continúa. Pero ahora hay un afán muy especial en el corazón del maestro esotérico: busca el sacrificio personal como si éste constituyera el elemento imprescindible para lograr su propia transmutación. No de otra manera se puede entender su deseo de regresar a una tierra hostil, en la que ya había conocido serias desventuras.

Así pues, vuelve a visitar repetidamente el norte de África. En el tercero de esos viajes llega a Túnez, y en Bujía se pone a predicar a las multitudes, que se sienten irritadas con su palabra. La prédica concluye dramáticamente al ser lapidado por la gente enfebrecida.

Su deseo de martirio se ve, de este modo, cumplido. Mercaderes cristianos lo recogen y lo suben a un navío que parte hacia Mallorca. El 29 de junio de 1315, casi a la vista de su ciudad natal, muere el sabio alquimista. El hombre que creía en el poder de las estrellas y conocía «el lenguaje de los pájaros».

El sabio que amaba profundamente los signos cabalísticos, el apóstol de lo oculto y buscador de lo inalcanzable, desaparecía de un mundo que, como a tantos otros de su estirpe, se le había mostrado hostil.

Entonces empezaron a correr innumerables y bellas leyendas acerca de él. Su tumba era lugar de peregrinación, especialmente para los jóvenes que siempre habían mostrado hacia él un profundo respeto y simpatía. De hecho, había sido para ellos un gran maestro, y su Libro del Amigo y del Amado, preñado de una mística poética, constituía un breviario en el que no se cansaban de beber.

Concluyamos la reseña de este hombre singular con unas líneas muy significativas de su Clavícula, obra esotérica por excelencia, en la que, como él mismo dice, se hallará claramente indicado todo lo concerniente y necesario para llevar a cabo la Gran Obra:

«Es necesario, hijos míos, que aprendáis a purificar lo perfecto por lo imperfecto. El Sol es el padre de todos los metales, y la Luna es su madre... De estos dos astros depende todo el magisterio... Aprended a serviros de esa materia venerable, porque os juro solemnemente que si no extraéis el mercurio de esos dos metales trabajaréis en vano, en la oscuridad y en la duda. Por eso os conjuro a que marchéis hacia la luz, con los ojos abiertos, y no caigáis en el abismo de la perdición...».