SAINT-GERMAIN EN EUROPA

Continuando sus andanzas por Europa, Saint-Germain se instaló en la ciudad belga de Toumai, en donde se hizo pasar por conde de Surmont. Protegido, una vez más, por encumbrados aristócratas locales, quiso dedicarse nuevamente al negocio de la tintura de sedas, negocio al que por segunda vez tuvo que renunciar, abandonando al mismo tiempo Bélgica y partiendo hacia Italia. Tras una corta estancia en Venecia, visitó numerosas ciudades italianas y, posiblemente, también viajó a Malta. En el año 1773 se perdió su rastro.

Varios de sus comentaristas aseguran que esta vez el viaje que emprendió Saint-Germain fue a tierras mucho más lejanas: Oriente; unas tierras en las que, según él afirmaba, ya había estado. Tres años después, en 1776, reapareció en Leipzig, tratando de llevar una vida que pasara desapercibida. A partir de ese momento parece ser que las cosas no rodaron muy bien para Saint-Germain. Terminó instalándose en Schleswig, buscando el apoyo del príncipe Carlos de Hesse, con el que llegó a tener una buena relación. Pero en 1783 se encontraba ya muy achacoso, falleciendo un año después.

Como suele ocurrir con aquellos personajes enigmáticos, que parecen dotados de indiscutibles poderes paranormales, tras la muerte de Saint-Germain, se creó una leyenda plagada de hechos fantásticos.

Se dijo que el conde nunca había muerto, que simplemente había desaparecido. Se dijo que sus reapariciones fueron sonadas: las primeras algunos años después de su presunta muerte. otras muchos años después. Se le «vio» en diversos lugares de Francia entre 1835 y 1845.

Hubo quien aseguró haberle encontrado en Roma en 1901, y otros que le vieron en Buenos Aires años después. Incluso se llegó a decir que había participado en importantes sucesos políticos anteriores a la Primera Guerra Mundial.

De igual forma se le asoció a personajes herméticos que vivieron muchos siglos antes que él. La leyenda sobre el famoso conde no parece tener fin. Lo que sí es cierto es que Saint-Germain constituyó un personaje muy singular, dotado de indiscutible capacidad para el hermetismo y -no hay que olvidarlo-, para la sugestión.

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