PENSAMIENTO DE SAINT-MARTIN

El pensamiento martinista giraba alrededor de un principio básico: el individuo debe liberarse de cuanto constituyó el «hombre viejo», para hacerse dueño de su destino, y no seguir siendo más «el hombre del torrente».

De forma voluntaria debe convertirse en «hombre de deseo», haciendo nacer en él, con ayuda de la Providencia, el «hombre nuevo». Cuando haya alcanzado ese estado, mediante una completa regeneración de su ser, y a través de un segundo nacimiento, se convertirá en «hombre espíritu», tal como fue en el inicio de la Creación.

En 1803 murió Saint-Martin; no obstante, la influencia de su doctrina siguió marcando a muchas otras figuras del hermetismo. Una vez desaparecido su maestro, los «martinistas»', como se hacían llamar sus seguidores, fueron decayendo y no se mostraron muy activos. Las ceremonias y las enseñanzas tradicionales se fueron transmitiendo de forma personal y privada. Fue Gerard Encausse, más conocido por su seudónimo de Papus*, en el s. XIX, el que dio un nuevo impulso a la orden, que así es como en adelante habrá de llamarse este movimiento espiritualista: «Orden martinista».

Una escuela u orden iniciática que, según rezan sus principios, establece su base «esencialmente sobre la mística judeocristiana»; y que se propone estudiar la naturaleza íntima del hombre «consagrándose a descubrir las relaciones naturales que existen entre Dios, el hombre y el universo».

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