Nicolás Flamel

Fulcanelli, el gran alquimista del siglo XX, dijo de Nicolás Flamel que «fue el más famoso y popular de los filósofos franceses». Al hacerle este honor -no olvidemos, al respecto, que los maestros del esoterismo dan el título de «filósofos» a los alquimistas herméticos-, Fulcanelli reconoce claramente el magisterio de Flamel.

Podría decirse que la historia de la alquimia y de las artes herméticas que buscan no sólo la transformación de los metales, en el plano físico, sino también la propia transformación del «filósofo», en el plano espiritual, está perfectamente plasmada, durante la baja Edad Media francesa, en la figura de este hombre notable que encarnó en sí mismo el auténtico misterio de la Gran Obra. Flamel, que siempre estuvo acompañado por su fiel esposa Perenelle, cual si se tratara de la conjunción perfecta del yin-yang, representa todo un símbolo entrañable, al mismo tiempo que un sincero guía, para quienes han querido adentrarse por los laberínticos vericuetos de la ciencia regia.

Viene a cuento decir que cuando hace algunos años se reeditó por enésima vez el Libro de las figuras jeroglíficas, la edición se agotó en poco tiempo, pese a que el contenido de la obra resulta excesivamente complicado e inextricable para el profano.

Ciertamente, ha habido tantos estudios sobre el Arte Real –la alquimia – que algunos de sus símbolos se hacen más familiares y su contenido, más accesible.

Julius Evola, al hablar precisamente del maestro hermético Nicolás Flamel, dice que: «... Flamel, al comentar la octava de sus imágenes jeroglíficas, en la que se ve a un Hombre rojo que apoya su pie sobre un León alado», que se trata del «León que devora toda naturaleza metálica (toda naturaleza individualizada) y la trasmuta en su propia sustancia (no individualizada, en estado libre)»,

Y que puede transportar gloriosamente al Hombre Rojo fuera de las aguas de Egipto, es decir, lejos de las aguas de la corrupción y del olvido. Se trata de suscitar la fuerza y de no dejarse derribar...

A pesar de todo, resulta imposible muchas veces descifrar el significado de lo que se esconde tras las afirmaciones de muchos «filósofos».